Tu coño sabe a mar. A final del verano.
Tu coño sabe amar como ninguno sabe.
Tu coño se estremece si recito
versos a flor de clítoris. Mojados como peces.
Tu coño sabe amar las veintisiete en punto.
Las treinta y dos y media. Las hache menos cuarto.
Si yo le digo nueve, por ejemplo, él contesta
que quiere las raíces cuadradas de las yemas
de mis dedos hambrientos de poeta.
Si pruebo a decir cinco..., me contesta
que hay vértigo de besos en el cuarto.
Si grito trece, responde que humedad,
que abecedarios nuevos. Amar sabe
tu coño. A mar y a números impares
y me llama a susurros y me pide ¿me comes?
Y no puedo negarme. Y se me ríe y derrite.
Como no lo hacen otros. Ninguno.
Hablo en serio. Es tan tierno. Tan frágil
que me resta de mi vida mis tristezas.
Me destierra de las bestias de mí mismo.
Me dice acuéstate y juegas a quererme,
y me rompes de daño, dulcemente,
mientras juras que soy trozos de luna,
el ombligo perfecto de tus horas,
tu punto sin retorno, la más zorra metáfora
que guarda tu princesa. A mí me pone tonto
escuchar esas cosas de labios de tu coño.
Y solo puedo huir hacia tu cuerpo abierto.
Hasta dejarte toda perdida de humedades
el género y el número, la primera persona
de los verbos recíprocos, los gerundios
que gimen perdidos en la noche.
Pedro Andreu
Tu coño sabe amar como ninguno sabe.
Tu coño se estremece si recito
versos a flor de clítoris. Mojados como peces.
Tu coño sabe amar las veintisiete en punto.
Las treinta y dos y media. Las hache menos cuarto.
Si yo le digo nueve, por ejemplo, él contesta
que quiere las raíces cuadradas de las yemas
de mis dedos hambrientos de poeta.
Si pruebo a decir cinco..., me contesta
que hay vértigo de besos en el cuarto.
Si grito trece, responde que humedad,
que abecedarios nuevos. Amar sabe
tu coño. A mar y a números impares
y me llama a susurros y me pide ¿me comes?
Y no puedo negarme. Y se me ríe y derrite.
Como no lo hacen otros. Ninguno.
Hablo en serio. Es tan tierno. Tan frágil
que me resta de mi vida mis tristezas.
Me destierra de las bestias de mí mismo.
Me dice acuéstate y juegas a quererme,
y me rompes de daño, dulcemente,
mientras juras que soy trozos de luna,
el ombligo perfecto de tus horas,
tu punto sin retorno, la más zorra metáfora
que guarda tu princesa. A mí me pone tonto
escuchar esas cosas de labios de tu coño.
Y solo puedo huir hacia tu cuerpo abierto.
Hasta dejarte toda perdida de humedades
el género y el número, la primera persona
de los verbos recíprocos, los gerundios
que gimen perdidos en la noche.
Pedro Andreu
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